28
mayo

Una y otra vez

Lo peor de perder no es la derrota. Es, por encima de todo y el rostro esdrújulo que deja, no encontrar las razones del descalabro. O lo que es aún más dramático, con severas consecuencias para el futuro: no querer hallar las razones. Y en vez de enfrentarse a la verdad que quema y duele, agarrarse, como náufrago perdido, por ejemplo, a un trozo de madera -parqué del suelo de despacho-, en la que aún se puede leer la maldita palabra crisis y creer en tu desdicha que has sido víctima de un cruel ajuste de cuentas por una causa de la que eres absolutamente ajeno. Al llegar a la orilla moribundo, y aturdido por la tragedia, puedes, así, mostrarte libre de culpa por el denodado esfuerzo del trecho recorrido entre gigantes olas de un viento del sur, en un desesperado nado a contracorriente.

Sobran en el socialismo forenses, tanto como faltan eficaces médicos de familia, capaces de diagnosticar desde el simple catarro a la peor de las dolencias y de activar las alarmas y el protocolo más rudimentario, para evitar un fatal desenlace.

Apenas ya casi se recuerda un gobierno de la capital gestionado exclusivamente por socialistas. Y el recuerdo es tan vago que parece más un sueño que pudo, quizá, no haber sido, que tan solo vive en la añoranza. Dormitando, alguien se pregunta cómo sería ahora un gobierno municipal socialista. Qué medidas sustancialmente distintas a las que ya conocemos darían pulso y vida a la ciudad apagada o en qué se diferenciaría. Y puede que, entre sábanas, ese alguien hasta sonría o cierre los ojos con más fuerza, como presagio de una terrible pesadilla, en la que tú preguntas angustiado qué quieres más de mí.

Lejos, muy lejos de las épocas de euforia, en la que el socialismo entendía y representaba a la mayoría de la sociedad, sucedió que, primero, se abrió una grieta, ocupados, se supone, por gestionar. Luego la brecha fue creciendo y el círculo del poder se fue estrechando y estrechando y, sin querer o sumamente descuidados, confiados en el perdón de errores cada vez más continuos y graves y el menosprecio al rival -”es imposible que lleguen a ganar. Aquí, no”-, la distancia con el pueblo se fue abriendo y ahora ya parece tan grande el abismo que no hay ingeniero capaz -por lo que se ve- de construir un puente de acero hasta el corazón de la ciudadanía. Nadie ha escuchado, entonces, un “ya está bien de retrovisores, que lo que precisamos son faros que nos iluminen“. Y más, cuando todo son malas noticias y necesitamos algo más, mucho más para animar corazones que bombean por pura rutina o incapacidad de no saber hacer otra cosa, de tanto agotamiento, tanto hastío, que hasta no es difícil imaginar una conversación durante la campaña electoral entre un candidato o dirigente y un votante, no basada en hechos reales:

– Qué te preocupa, qué quieres que hagamos desde el poder, dice el dirigente o candidato
– Es inútil intentarlo. Responde el ciudadano, que prosigue:

Porque tú lo sabes todo,
tú lo comprendes todo,
tú me escuchas todo.
Menos este
cansado silencio
mío de uralita.
Que se desangra
por el desconsolado desagüe de la impotencia.

Y el candidato o dirigente recoge sus palabras y su orgullo, se sube al vehículo con chófer y se va.

Es altamente probable que a ese honrado ciudadano imaginario, se le haya erizado el bello de la nuca al saber que IU, en muchos lugares, está dispuesto a pactar con la derecha. (Quién sabe si no pudiera ser para los socialistas la mejor noticia tras las elecciones: perder gobiernos locales y algún autonómico, si así se fraguan esos pactos, pensando en que el electorado castigue en las urnas del año próximo ese grave error y sume -quién lo diría- votos de desengaño de la otra izquierda, para recuperar, más tarde, esos gobiernos municipales y algún autonómico, en mociones de censura con el viejo socio, que con recelo siempre se miraron.)

La derrota no está exenta de grandeza, como la victoria tampoco de mezquindad. Entre muchos factores de alcance, es cuestión también de actitud, de saber digerirlo y creer, para decirlo en voz alta, en dos hermosas palabras en desuso: gracias y perdón, sobre las que rehacer el proyecto.

Puede que al socialismo se le exija más que a cualquier otra ideología. Y aunque se pague en las urnas es una virtud de una organización que ya ha demostrado, pese a todo, que es capaz de reconstruirse. Pero en esta derrota, la sensación es opaca y en lugar de dar señales de querer adaptarse a la sociedad, de querer conectar, de parecerse más a ella para poder representarla con certeza, la apariencia es la de querer cambiar la sociedad para adaptarla a una organización. Es probable que muchos alcaldes, buenos y malos, y buenos y malos candidatos hayan sido maltratados por la crisis.

Pero no es suficiente. Nunca una consecuencia puede ser la causa, como tampoco puede ser admitida como excusa una obvia simpleza para resolver una aparente compleja ecuación. Porque el pueblo, dice la democracia, es soberano, aunque solo se pronuncie cada cuatro años y legítimas son todas las causas que empujan a decantarse por una u otra opción en las urnas. Legítimas todas: desde las más sesudas y meditadas reflexiones ideológicas, hasta las más simples o pueriles, que ya ni se cuidan, para al menos distinguirse en respeto y trato humano del adversario. Desde que alguien te pueda caer simplemente mal, no ya un candidato, sino un militante que presume (o presumía, hasta el 22-M) de las siglas en un cargo institucional o una empresa pública, semipública o privada, porque “no puede ser que este tipo sea de este partido“, o cuestiones del tamaño de “cómo es posible que este otro sea el que mande y desprecie a aquel y se empeñe con esto”, la mediocridad o la soberbia, hasta medidas del Gobierno, que para nada desentonarían en un programa electoral de derechas.

El problema está, indudablemente, en la organización y la organización, desgraciadamente para muchos y por suerte para otros, es desde el militante del último pueblo perdido, el líder que un día fue carismático, la dirigente que en el mismo acto anunció que se iba a presentar a las primarias pero que no lo hará, el lehendakari o el simpatizante que se partió la cara recorriendo Granada distribuyendo folletos de Paco Cuenca. Y es el partido al que en las urnas le pide al electorado su apoyo. Y todo se paga, en la misma medida en que antes, todo se aprovechaba.

Sucede que cuando por causas ajenas a nuestra voluntad no podemos distinguir por las acciones entre amigos y enemigos, mejor no confiar en nadie. Porque el saldo de fe se va perdiendo en trayectos de idas y vueltas sin rumbo definido. Y cuando el destino era uno, y parece que sí, que nos acercamos, súbitamente gira el conductor por calles pedregosas en la que no hay ni asfalto.

Y una y otra vez.

Una y otra vez.
Y no hay crédito para recargar el bonobús.
Ahora, no.
Y, desgraciadamente, no depende del pasajero.

 

(PD: Y por favor, retiren los carteles electorales de inmediato que afean pueblos y ciudades.)

Comentarios en este artículo

  1. A cuántos conductores habría que retirarles el carné…

    Me sumo a la petición de retirada YA de carteles electorales. Limpien la ciudad pero sin necesidad de sacar a los mossos.

    Álvaro Calleja
  2. …tomen nota por favor…apuesten por los ‘médicos de familia’ y no tengan miedo a pedir perdón y decir gracias de vez en cuando…Ah, y bájense del coche, súbanse a un Circular y paseen las ciudades, se entienden mejor…

    Marmota
  3. Me temo que los granadinos que vontan(mos) tampoco usamos mucho el autobús…

    Angustias
  4. Exquisito. Certero. Afilado.El mejor análisis que he leido del 22-M

    Marcel
  5. Qué razón tienes y que don de palabra, quien dice de palabra dice de letra que no tienen el por qué de ser similares.
    Pero algo quemadillo de esta mala película en la que nos vemos envueltos, no es para menos, pero perder la esperanza es perder el poder, el control (empezando por el propio) y no tener nada más que perder, por eso te animo a que luches junto a tu esperanza o la busques caso de estar un pelin estraviao jeje.
    En fin sin más dilaciones mi enhorabuena por tu escrito lo haré volar a través de la red

    inmaculada sanchez nogueras

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